Autor: Jonathan Stroud.
Sinopsis: Todo empezó aquel fatídico día en que un niñato escuálido y tembloroso se atrevió a invocarme a mí, ¡yo, el mismísimo Bartimeo, espíritu privilegiado donde los haya, genio para muchos, diablo para unos pocos! A pesar del tartamudeo de su voz y del sudor que le empapaba, su orden no pudo ser más clara: tenía que robar el amuleto de Samarcanda a Simon Lovelace, uno de los hechiceros más poderosos y temidos de Londres... ¿Quién era ese mocoso mequetrefe que se atrevía a darme semejante orden? Y ¿por qué querría el Amuleto?
Editorial: Montena.
Número de páginas: 448
Estaba yo tan ricamente limpiando mis alitas cuando vinieron esas dos esbirros [R: ¿cómo que esbirro?] (¿qué problema tiene la RAE con la palabra «esbirra»?) del Mal a fangirlear sobre la Trilogía de Bartimeo. Que vaya nombrecito, no podía ser algo más preciso. El caso es que iban a hacer reseñas de la segunda y tercera parte, y claro, necesitaban una de la primera.
He de confesar que leí los libros hace años, cuando no era más grande que una avispa [R: tampoco has cambiado mucho desde entonces], y no volví a tocarlos porque el final de la trilogía me dejó profundamente trastocada. Al menos me enseñó la valiosa lección de no mirar la última página por curiosidad (manía que a todos nos ha dado alguna vez). El primer libro es completamente inofensivo, así que acepté. De hecho, me he encontrado disfrutándolo de nuevo e incluso he sentido la tentación de continuar con las siguientes partes. Luego he recordado el trauma y se me ha pasado.
Como buena trilogía, el primer libro es una introducción al mundo alternativo en el que los hechiceros han trastocado la historia debido a la mayor baza que tienen: los demonios. Les controlan y les obligan a luchar en las guerras humanas, ocasionando grandes diferencias entre los «plebeyos» y los «hechiceros» (que dirigen todo el cotarro [R: como debe ser]). La época en la que se desarrollan los acontecimientos no la tengo muy clara, porque no se dan fechas, pero es todo muy al estilo siglo XIX o XX.
El protagonista de la historia es Nathaniel, quien… ¿Por qué me miráis así? No he dicho nada malo. Ah, sí, ya, «Trilogía de Bartimeo». Mierda. Está bien, ahora de verdad: el protagonista de esta historia es Bartimeo, un demonio que es convocado por un aprendiz de hechicero para averiguar los planes del ambicioso Simon Lovelace, a través del robo a este del amuleto de Samarkanda. ¿Mejor? Y cómo no, todo se acaba complicando, porque incluso con un demonio de su lado, Nathaniel no deja de ser un niño de doce años que aspira a integrarse en un mundo de adultos del que en realidad no sabe nada [G: Y yo me lo zampaba, a esa edad es muy repelente].
Podemos encontrar en él dos puntos de vista: el de Bartimeo y el de Nathaniel. El primero es el de la temida primera persona, mientras que el segundo se hace desde la tercera. Puede ser una combinación rara, pero sorprendentemente funciona. En ningún momento llegan a confundirse sus roles, porque la visión de cada uno sobre el mundo es muy diferente. De hecho, estoy un poco resentida de que Nathaniel no tenga una primera persona también, aunque sospecho que el autor lo hizo así para no tener que justificar que un niño hiciera descripciones tan rimbombantes.
El libro está dividido en tres partes, que en realidad únicamente señalan el cambio de escenario en el panorama global. En la primera, los capítulos de Nathaniel son exasperantes, porque se centran en contextualizar la situación actual del niño; en cambio, es Bartimeo quien realmente avanza en la trama, y se agradece. Me parece un inicio muy descompensado entre ambos, ya que el pasado de Nathaniel hastía en comparación con la acción que se está llevando a cabo en el presente. Por no hablar de que el pasado de Bartimeo, aunque no se llegue a profundizar en él, está mucho más segregado en el libro para digerirlo bien y hacerlo interesante (y para más información, tienes que leer la precuela).
La mayor pega que se le puede poner es que, como he dicho al principio, es una introducción. Hay muchos elementos que deja inconclusos o que no desarrolla, con la intención de sacarlos a colación de nuevo en los dos siguientes libros. Sin embargo, son lo suficientemente superficiales como para que pueda pararse la lectura aquí y no continuar con el resto de la saga. No hay cliffhangers, ni vueltas de tuerca, esas cosas no estaban tan de moda entonces.
Es sobre todo la introducción a la relación que existirá entre Nathaniel y Bartimeo, porque individualmente tienen un desarrollo muy, muy leve que de nuevo se reserva para las continuaciones. Eso sí, no defrauda, es uno de mis dúos favoritos. Imaginad a un crío pretencioso intentando dar órdenes a un ente de cinco mil años que es perspicaz, mordaz y burlón [G: Pues como Rika conmigo, ¿no?]. Sí, eso es.
Pensaba hacer esta parte cortita para explayarme luego con los spoilers, pero llegada a este punto tengo la sensación de no haber dicho aún nada.
Algo que he agradecido mucho es la facilidad con la que introduce los elementos ficticios, explicándolos a su debido momento y sin atosigar demasiado con datos innecesarios para el contexto. Este no es uno de esos libros en los que te vas muriendo con cada nuevo término que te meten y que no sabes dónde encaja en el puzle. El lado negativo es que se dan situaciones en las que los razonamientos son flojos o dejan muchas dudas precisamente por falta de conocimiento, aunque sueles dejarlo pasar.
Creo que por ahora no he abordado nada sobre los demás personajes. Me gustaría no entrar en detalles sobre ellos porque no hay mucho que decir sin entrar en spoilers. Cada uno cumple magníficamente el papel que tiene dentro de su contexto y, pese a haber alguno de más que no aporta nada a la historia (ejem, la Resistencia, ejem), en general están bien construidos y coherentes dentro de su rol.
En conclusión, el amuleto de Samarkanda se deja leer y disfrutar, pero repito la gran pega: es una buena historia incompleta, que termina su parte de la trilogía aportando el contexto y poco más. Como volumen individual, pase; en cuanto lo expandes, te das cuenta de lo poco que se atreve a mostrar el autor para reservarse al resto de la trilogía.
Así que entremos a la chicha.
¡Mira bajo tu propia responsabilidad!
La premisa del libro tiene un problema muy gordo: que la base desde la que se inicia no se sostiene. Me explico: Nathaniel decide vengarse de Simon Lovelace debido a que le humilló delante de otros hechiceros porque se fue un poco de la lengua. En primer lugar, se deja caer que Lovelace le ataca por otros motivos relacionados con su maestro, Underwood, pero no se llega a saber por qué.
Y en segundo lugar, ¿qué puñetas, Nathaniel? ¿Te enfadas con el malo y no con el maestro, que luego te castiga y despide a tu queridísima profesora? Pues no, no me lo trago. Los niños tienden primero a responsabilizar a los padres, aunque también quisiera hacerle pagar a Lovelace. En cambio, simplemente le pierde el respeto y sigue con sus clases. Esa actitud choca con la misma que mostró al contraatacar a Lovelace y no tiene sentido, porque no debería saber comportarse como un adulto.
A continuación, planea la venganza contra Lovelace. Vale, voy a creerme que un niño quiere desprestigiar a un hechicero famoso al que solo ha visto una vez. Pero no, no voy a creerme que en su único espionaje a este, dé la casualidad de que pilla a Lovelace recibiendo el reciente amuleto robado. Y a partir de eso, ya no le vuelve a espiar, porque considera que es todo lo que necesita saber. No, rayos, es demasiaaada coincidencia, no puedo tragármelo.
Siguiente. Nathaniel sigue estudiando y decide que va a invocar a Bartimeo para que robe esa joya y bla, bla, bla… una semana antes de ser bautizado. Me parece muy cogido por pinzas que se ubique en exactamente esa fecha, porque a pesar de lo mucho que se reitera que Nathaniel es un impaciente, esa semana (que podría haber sido antes) es la diferencia entre tener su nombre oficial para deshacerse del anterior y las lentillas para ver a los demonios. Simplemente, el autor vuelve a carecer de razones para explicar por qué cree el niño que ese es un buen momento, y ni lo menciona [G: Humanos… ].
Antes he dicho algo así como «se dan situaciones en las que los razonamientos son flojos o dejan muchas dudas precisamente por falta de conocimiento». Aquí ya no tengo excusa para no explayarme y voy a recalcar los dos casos más chirriantes: el amuleto de Samarkanda y Ramuthra.
El amuleto es la clave para descubrir los planes de Lovelace… y, sin embargo, nadie sabe exactamente qué hace. Es ilógico pensar que, tras haberlo escuchado, Nathaniel no hubiese investigado de qué se trataba [R: es lo que habría hecho yo, por supuesto]. Pues nanay, no tiene ni idea; a Bartimeo algo sí que le suena, pero lo descubre un poco de chiripa. Por supuesto, el niño no tendría por qué enterarse de que había sido robado al gobierno si es un secreto, pero eso no quita que esté en la inopia total por razones argumentales.
Por otro lado, está Ramuthra, el demonio de alto nivel que Lovelace convoca para que mate a los ministros. Además de que acaba siendo un enfrentamiento lamentable, puesto que es tan lento que tarda páginas y páginas en intentar matar a alguien (repito, intentar), es absurdo la forma de la que se libran de él. Puesto que es una criatura fuera de todo rango, se hace hincapié en que ni Bartimeo había escuchado hablar de él. Y aun así, guau, ¡Nathaniel sabe el conjuro para despedirlo! Mmm, llamadme tiquismiquis, pero si no había escuchado su nombre, ni sabe qué estatus ostenta, ¿cómo sabe cuál usar? Y bueno, no quiero sonar hater y no hablaré de lo absurdo que me parece que solo tenga una oportunidad para desconvocarlo (puesto que rompe el cuerno), porque entonces no entiendo cómo el mundo no está lleno de criaturas como esa que algún imbécil llamó y luego falló al tratar de devolverlas a su plano.
¿Veis a lo que me refería con razonamientos flojos o falta de conocimiento? Son cosas que quedan en el aire, a la imaginación, aunque se pueda perdonar.
¿Qué más puedo decir de la historia? Cada bando ejerce bien su papel: Nathaniel y Bartimeo son muy débiles frente a Lovelace y sus esbirros (demonios y humanos), y por ello se pasan toda la historia huyendo o trazando planes para jugársela al hechicero.
De aquí sí que quiero comentar algo: el autor tiene un preocupante fetiche por el barro. No, no me miréis así, es verdad. La mayor parte de las persecuciones acaban con el perseguido manchado de barro (creo que Bartimeo se libra una vez y porque la forma de Ptolomeo es sagrada). Sonará quejica y no habría entrado a resaltarlo (de hecho, me parece muy bien que los personajes estén en la mierda literal y figuradamente) si no fuera porque lo lleva hasta una situación en la que es remotamente imposible que haya barro, y claro, pasa a ser una anécdota graciosa xD.
Concretamente, es el momento en el que Bartimeo se transforma en Amanda para engañar a Lovelace, describiéndose «con el vestido rasgado y cubierto de barro». Muchacha (¿muchacho?), estáis en una habitación cerrada, con Ramuthra yendo de allá para acá (leeeentamente), ¿de dónde has sacado la tierra y el agua? Y diréis: «¡Pero tú misma has dicho que es Bartimeo transformado, no es una imagen perfecta!». Ya. [G: Yo aquí recuerdo que la brecha dimensional altera las leyes mágicas y de la física, así que es muy acertado por parte de Bartimeo colocarse el detalle del barro teniendo en cuenta que más allá corretea gente con el pelo azul :D].
Stroud sería feliz en esta fiesta ;D
Siento que tengo que ir acabando. Como he dicho antes, en general me han gustado los personajes dentro de su papel, aunque los haya inútiles por completo (los chicos de la Resistencia [G: KITTY, WE LOVE YOU], que solo sirven para robarle un espejo a Nathaniel y que no haga trampas en la mansión de Amanda; o Sholto Pinn, cuya participación en el complot no se resuelve. Me da pena la señora Underwood, porque se la construye como la única persona a la que Nathaniel quiere y su muerte solo sirve para darle una excusa al niño de no pasarse al Lado Oscuro; por otro lado, la muerte del señor Underwood, parece más sustentada en poder cambiarle fácilmente el maestro por uno competente.
Lovelace merece que le dedique algo de tiempo. Es un antagonista flojo, sin más, porque su único rasgo distintivo es que es ambicioso. Para la historia no está mal, porque se presenta como una posible versión futura de Nathaniel; pero a nivel general, deja mucho que desear. Apenas se dice nada de él, ni por qué le tiene tirria a Underwood o en qué problema se metió con Duvall. Y finalmente, sus relaciones personales son de lo más chocante. Por un lado, está Amanda, de quien pretende librarse durante su golpe «porque no queda más remedio», algo de lo que aparentemente se arrepiente, puesto que se trastorna mucho cuando Bartimeo se hace pasar por ella. ¿Pues por qué no has buscado una manera de salvarla, bonito? Bien que has puesto a todos los que querías a salvo [G: Humanos, todos iguales].
En fin. Por otro, tenemos a Schyter, el maestro de Lovelace. Atentos a este personaje, que le dice a Nathaniel que no debe vengar a Underwood, puesto que él mismo (Schyter) mató a su maestro tiempo atrás.
Esto…, cariño, ¿y no has pensado que Lovelace podría, no sé, hacer lo mismo? Si era o no su intención, nunca se revela. El potencial del trío se pierde completamente porque el malo sólo puede ser ambicioso, no persona. Ale. Y supongo que esto ya me está quedando un poco largo como para explayarme también en su nulo contacto con Faquarl y Jabor [G: Yo quería saber TANTO sobre esto… ].
Voy a ser otra vez repetitiva y a destacar lo muy introductorio que es el libro para la saga. Su única excusa es la mala instrucción de Nathaniel con Underwood, puesto que la historia termina exactamente igual que al empezar, salvo en ese aspecto. Por eso, del primer libro solo se pueden rescatar dos cosas válidas para la trilogía: el comienzo de la relación entre Bartimeo y Nathaniel, y ese cambio de maestro. Como tomo individual, cumple y poco más.
Lo mejor:
- El dúo de protagonistas.
- El barro.
Lo peor:
- La introducción de Nathaniel.
- Los personajes innecesarios.
- La falta de lore.
(Cada imagen pertenece a su respectivo dueño)
No hay comentarios:
Publicar un comentario