Recordatorio

No somos profesionales, simplemente nos gusta leer y tenemos tiempo libre, así que a veces cometemos errores.

viernes, 3 de noviembre de 2017

La génesis de un género: los pioneros olvidados de la espada y brujería



¡Buenas a todas y todos! Podéis llamarme Xeethra. Estoy muy contento de poder estar hoy con vosotros en esta Mazmorra donde se habla de cosas tan chulas e interesantes. ¡Gracias a Frederika por invitarme! Tengo muchas ganas de presentaros este primer artículo, y espero que os guste tanto leerlo como yo he disfrutado escribiendo. ¿Empezamos?


Soy un guiverno rosa, sí. Lo comprenderé si no sois capaces de soportar tan desbordante masculinidad.
Teniendo en cuenta lo inmensamente popular que es, hoy en día, la fantasía heroica (también llamada “de espada y brujería”), siempre me ha sorprendido lo poco que se habla sobre los orígenes del género (o cualquier cosa anterior a los años cincuenta, vaya). Cuando yo empecé a leer literatura fantástica, hubo una pregunta que se me vino de inmediato a la cabeza: ¿por qué Tolkien decidió escribir El Señor de los Anillos? Permitidme ser más específico: ¿por qué un hombre como J.R.R. Tolkien, en un momento histórico determinado, escribe una novela con las características específicas que tiene El Señor de los Anillos? Y es una de esas cosas que las piensas y ya no se te van, que le sigues dando vueltas día tras día. Así que me puse las pilas y empecé a clavar codos delante del ordenador, para entender de dónde viene toda esta obsesión con las espadas y los brujos…

No, Geralt, esta vez no venimos a hablar de ti. Egocéntrico, que eres un egocéntrico.

Solemos entender que Tolkien se distingue de otros novelistas de su tiempo porque se inspira en la mitología antigua, las epopeyas y la épica, los cantares de gesta y los cuentos folclóricos para construir un mundo secundario (imaginario, que sustituye al real) habitado por magos, dioses y criaturas de leyenda donde se desarrolla la historia de sus libros. Pero una cosa son las fuentes de inspiración, y otra muy distinta los precedentes directos. Tolkien, al igual que todos los escritores, no es más que el producto de una evolución histórica. Y lo mismo podemos decir de C.S. Lewis, de Ursula K. Le Guin, de Michael Ende y de cualquier otro autor o autora del género. La idea de la fantasía como una literatura de mundos imaginarios precede por muchos años a la obra de Tolkien y sus contemporáneos. De lo que quiero hablaros hoy es de esos primeros valientes, los pioneros que se atrevieron a imaginar una forma distinta de hacer literatura. Esta es la historia de cómo nace la novela fantástica moderna.





Como no me llamo Brandon Sanderson, no voy a soltaros un tocho de mil páginas, diez libros y dos sagas, porque acabaríais hartos. Así que, para ahorrar tiempo y espacio, vamos a centrarnos en el canon anglosajón; ya hablaremos otro día de fantasía española. Si os interesa, los textos de referencia en los que me he basado son: el ensayo de Ursula K. Le Guin From Elfland to Poughkeepsie y el libro Literary Swordmen and Sorcerers de L. Sprague De Camp. Y como la señora Le Guin y el señor De Camp no le dan muchas vueltas al tema de los subgéneros y las tendencias, yo tampoco lo voy a hacer. Para que quede claro, cuando hablo de fantasía “heroica”, “épica” o “de espada y brujería” me refiero específicamente a la obra de una serie de autores y autoras de origen mayormente anglosajón, que se extiende desde finales del siglo XIX hasta nuestros tiempos y que presenta un claro tronco común, independientemente de las etiquetas que luego les querías poner, en el sentido de que se puede hacer un estudio diacrónico de este tipo de literatura. En pocas palabras, son obras que, en cuanto a estilo, estructura y temas, presentan más similitudes que diferencias.

Si pongo “sword and sorcery” en Google, casi todo lo que me sale son imágenes de bárbaros que van al gimnasio y señoras con armaduras bikinis, así que os voy a poner mejor un póster de Willow, que es una historia de fantasía mucho más bonita.
Antes de entrar en materia, me gustaría despejar unos cuantos mitos e ideas erróneas que suelo escuchar a menudo sobre la evolución de la literatura. Vamos a partir de que la literatura fantástica actual está vinculada a la novela como formato literario. Y la novela tiene una historia larga y compleja, que no se limita simplemente a los grandes clásicos como Ana Karenina, Los Miserables o La Regenta. Fijaos lo que dice este fragmento de la Teoría de la literatura del profesor Aguiar e Silva:

Sin embargo, del número incalculable de novelas publicadas desde el siglo XVIII, sólo sobrevive una fracción reducida, lo cual demuestra elocuentemente la dificultad de este género literario. Durante el imperio napoleónico, por ejemplo, se publicaban anualmente en Francia cerca de cuatro mil novelas […]. Entre los años finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, el público de la novela se había ampliado desmedidamente y, para satisfacer su necesidad de lectura, se escribieron y editaron numerosas novelas […] La novela folletinesca, invención de las primeras décadas del siglo XIX, constituyó igualmente una manera hábil de responder al apetito novelesco de las grandes masas lectoras, caracterizándose, en general, por sus numerosas y descabelladas aventuras, por el tono melodramático y por la frecuencia de escenas emocionantes, particularmente aptas para mantener bien vivo el interés del público de folletín a folletín. (Aguiar e Silva, 1999, pp. 196-205)

Existe la creencia generalizada de que la literatura se masifica con la industrialización del mercado editorial en el siglo XX. Seguro que lo habéis oído más de una vez, ¿verdad? “Es que la literatura ya no es arte, es mera industria, se escribe para complacer al público”. Pero la realidad es que ya desde sus inicios la novela nace como una literatura de masas, y el profesor Aguiar e Silva insiste, a lo largo de su obra, en que el elemento fantástico o sobrenatural está presente en la tradición novelesca desde sus orígenes medievales.

Y es precisamente entre los siglos XVIII y XIX cuando surge el movimiento del romanticismo. Sí, esa gente tan dramática con la que os dieron la tabarra en el instituto. El profesor Aguiar menciona que el romanticismo se caracteriza por “un hastío de la realidad que conduce a la evasión al ensueño y a lo fantástico, a la orgía y a la disipación, al espacio y al tiempo”; entre otras peculiaridades muy significativas como “un gusto por lo exótico, lo bárbaro y lo primitivo” y “la glorificación de la Edad Media”. Eso me suena de algo… 

La Edad Media según los románticos. Spoiler: fue mucho menos colorida.
En resumen, creo que no resulta descabellado afirmar que el afianzamiento de la novela como literatura de masas, junto con el movimiento cultural del romanticismo, sembraría las primeras semillas de lo que acabaría siendo la novela fantástica de espada y brujería. Pero aún nos queda un largo recorrido antes de llegar a ese punto. Antes de germinar, las semillas deben ser regadas, nutridas. Y eso es lo que os contaré a continuación.

El romanticismo no fue un viento que vino y pasó. Las tradiciones literarias no son simplemente modas: no se trata de que Europa fuese barroca, luego se volviese neoclásica, después romántica y después moderna. Nada más lejos de la realidad: los movimientos culturales e intelectuales no se sustituyen unos a otros, sino que conviven entre ellos, se comunican mediante el debate y el intercambio, y van evolucionando progresivamente en el tiempo. Las tradiciones románticas no desaparecieron de un día para otro, ni los intelectuales perdieron el gusto por lo fantástico para ponerse a leer a Tolstoi.

Ya nos hemos hartado de tanto poeta. Vamos a leer sobre las aventuras de los adolescentes rusos más atractivos de la historia.
¿Y cómo entra en escena, en esta situación, la fantasía heroica? Dos fueron los principales escritores en dar a luz al género: el británico William Morris y el irlandés Lord Dunsany.

William Morris puede ser descrito como un Da Vinci victoriano: un burgués de la Inglaterra decimonónica, uno de esos tipos con mucho dinero y todo el tiempo libre del mundo para gastarlo. Poeta, socialista, esgrimista, diseñador… Morris fue un artista de diversas habilidades. Pero nos interesa especialmente su faceta más literaria y filológica: y es que William Morris fue un importante traductor de mitología y un gran estudioso del folclore precristiano. También sabemos que sentía una gran pasión por los romances medievales y las gestas caballerescas. Aunque nunca veréis a William Morris citado como un autor representativo del romanticismo (sus obras eran bastante más optimistas, y carecían de esa pasión decadente tan característica del género), si podréis comprobar que existen clarísimas similitudes.

Inspirado por los mitos y los cuentos que estudiaba y traducía, durante los últimos años de su vida Morris escribiría las primeras obras de fantasía que se desarrollarían por entero en mundos imaginarios, tales como The Well at the World’s End, que narra las fantásticas aventuras de Ralph de Upmeads. Ralph, príncipe de un reino menor, partirá en un viaje para hallar un pozo maravilloso oculto en los límites del mundo, que concede a quien beba de sus aguas los dones una poderosa magia, larga vida y belleza incomparable. La estructura de esta novela es perfectamente odiseica, organizada en un viaje de partida y regreso que culmina en una gran batalla final; y utiliza un lenguaje arcaico, en un intento de imitar el habla medieval de obras como Le Morte d'Arthur de Thomas Malory. The Well at the World’s End, junto con las muchas otras obras fantásticas de William Morris, están consideradas como una de las principales influencias, en cuanto a tema y estructuras, de las sagas épicas de Tolkien, Lewis y muchos otros de sus contemporáneos. William Morris fue, de hecho, el primer escritor que publicó un mapa diseñado por él mismo de su mundo secundario, en su última novela The Sundering Flood, en 1897. ¿Os imagináis un señor en la época de la Reina Victoria, diciendo que se había inventado un mundo imaginario y que hasta había dibujado un mapa? Probablemente, sus contemporáneos le tomarían por otro viejo rico y excéntrico. Si supieran lo que estaba a punto de iniciar…

También inició la moda de que los escritores de fantasía tienen que dejarse barba.

William Morris era, además, contemporáneo del famoso escritor infantil George MacDonald, cuyos cuentos de hadas todavía siguen distribuyéndose hoy. Ambos escritores tendrían una influencia determinante en un movimiento literario que surgió entre finales del siglo XIX y principios del XX, y que supondría el nexo más claro entre la literatura romántica decimonónica y la fantasía moderna. Un movimiento del que, en España, no se habla demasiado, a pesar de su importancia capital. Os hablo del Renacimiento cultural irlandés.

En aquella época, los irlandeses estaban bastante hartos de los ingleses. Inglaterra se había impuesto en Irlanda prácticamente como un gobierno colonial, los consideraba un país de mendigos analfabetos y les obligaban a comer patatas asadas las veinticuatro horas del día. 


Lo siento, nunca puedo dejar de reírme con esta imagen.
A finales del siglo XVIII, fustigados por los abusos de sus opresores, hartos de tanta patata asada, y motivados por un resurgir del orgullo nacional, se impulsó en Irlanda una auténtica resurrección cultural, un afán por recuperar la identidad perdida, su lengua gaélica, los mitos y el folclore céltico, en gran parte olvidadas por la conversión al catolicismo de la población irlandesa. De este movimiento, patroneado por la erudita Lady Augusta Gregory (cuyas traducciones de los mitos irlandeses siguen siendo las más completas a día de hoy), saldrían autores tan importantes como William Butler Yeats, poeta galardonado con el premio Nobel del que podemos destacar la fantasía de sus obras tempranas, como el poema épico The Wanderings of Oisin sobre las andanzas de susodicho héroe celta. Yeats y otros de sus contemporáneos eran ávidos lectores de las obras de William Morris y George MacDonald; incluso, en su prefacio a la colección mitológica de Lady Gregory, Yeats asegura haber conocido a Morris en su juventud y haber discutido con él sobre las diferencias y similitudes entre la mitología irlandesa con la mitología nórdica. Sí, podemos decir que estos escritores ya hablaban de mitología comparada muchos años antes de que Campbell escribiese su Héroe de las Mil Caras.

Por cierto, al final Irlanda ganó la guerra de independencia y se montaron su propia república, con su nombre en gaélico y todo (Poblacht na hÉireann, para los curiosos). Pero siguen comiendo patatas a todas horas todavía a día de hoy. Puedo confirmarlo, he estado viviendo allí.

Pero volviendo al tema, el autor que más nos interesa de todos cuantos salieron de este movimiento es sin duda Lord Dunsany. Me sorprende lo poco conocido que es este nombre a día de hoy, cuando sus obras han tenido una influencia decisiva en autores de épocas y estilos tan dispares como H. P. Lovecraft o Ursula K. Le Guin (nuestra amiga Ursula es muy fangirl de este señor). Lord Dunsany es un escritor muy similar a William Morris, en el sentido de que también era un tío con mucha pasta y con demasiado tiempo libre, y que también intentó escribir novelas que recuperasen la magia y el sentido de la maravilla de los mitos y el folclore precristiano, y cuyas tramas se desarrollasen en mundos completamente imaginarios. La diferencia es que, al menos en mi opinión personal, la obra de Dunsany está muchísimo más lograda que la de Morris: su prosa es bellísima, plagada de las más exquisitas metáforas y, sin embargo, no se hace difícil ni pesada de leer. 


En realidad este señor era inglés por parte de madre, por eso tiene esa cara tan estirada.
Aunque tiene muchas colecciones de relatos fantásticos, como La espada de Welleran o Los dioses de Pegana, su magnum opus, su novela más conocida, es la titulada The King of Elfland’s Daughter, donde Dunsany nos cuenta la historia de un príncipe humano llamado Alveric, que cae perdidamente enamorado de Lirazel, la hija del Rey de los Elfos. Alveric viajará a las tierras élficas para raptar a la princesa, pero el choque entre sus respectivos mundos se interpondrá en su amor, siendo Alveric un noble cristiano y Lirazel una criatura nacida de la magia pagana. Lo que Lord Dunsany pretende hacer con The King of Elfland’s Daughter es una metáfora del propio choque cultural que vivía Irlanda entre su identidad precristiana y la confesión católica que imperaba en el país. La novela no destaca por la complejidad de su argumento ni la profundidad de sus personajes, sino por su cuidada belleza estética y su elaborada alegoría. En conjunto, The King of Elfland’s Daughter es una reivindicación de lo mágico y lo pagano, de la ilusión y la maravilla perdidas por un país que asocia las hadas con la ingenuidad de la infancia. Es un llamamiento a no olvidar el pasado, y una lectura cuyos temas siguen siendo muy relevantes para el lector fantástico moderno.

No es de extrañar que, siendo como es una acérrima defensa de todo lo fantástico, la novela de Dunsany haya resultado tan importante en la consagración del género (podríamos incluso decir que es verdadera metaliteratura). Estaría dispuesto a poner mi mano en el fuego y afirmar que todos los escritores anglosajones importantes han escuchado alguna vez, al menos, el nombre de Lord Dunsany; sin él no tendríamos la fantasía que leemos ahora

Un dato histórico curioso: Dunsany se puso de parte de los ingleses durante la guerra de independencia de Irlanda. Traicionó a su país y a su cultura, ¿os lo podéis creer? Como siempre, los privilegiados suelen estar a favor del opresor.

Puede resultar chocante, pero Dunsany, como ya he dicho, fue una de las influencias más claras para H.P. Lovecraft: así lo afirman diversos autores, entre ellos Rafael Llopis, en su excelente prólogo a Los mitos de Cthulhu de Alianza editorial. Si bien es cierto que, a lo largo de su vida, Lovecraft tendería más hacia el terror, la inspiración dunsaniana se hace patente en sus relatos más tempranos, como La búsqueda de Iranon. Otro relato muy esclarecedor, también publicado en Los mitos de Alianza, sería La maldición que cayó sobre Sarnath, una perfecta fusión entre la fantasía de mundo secundario de Lord Dunsany y el terror cósmico que más adelante definiría la obra lovecraftiana.

Y ya que hemos empezado con la literatura pulp, me gustaría hablar de los otros dos autores que, junto con Lovecraft, conformaban los tres mosqueteros de las Weird Tales: Clark Ashton Smith y Robert E. Howard

Robert E. Howard sí es muy conocido en nuestro país, así que no veo necesario hacer más que una breve referencia a su obra. Hizo algunas incursiones en el terror, pero se le recuerda sobre todo por sus héroes de fantasía, como el inmensamente popular Conan el Bárbaro, o el menos conocido Solomon Kane (un héroe algo más oscuro que ya sentaría un precedente para la actual tendencia grimdark). Se le considera el “padre” de la fantasía de espada y brujería; no estoy seguro de hasta qué punto merece ese honor, pero, desde luego, diría que Howard fue el primero en demostrar que este tipo de literatura podía llegar a tener una popularidad considerable.

Me interesa mucho más hablar de Clark Ashton Smith, un escritor bastante menos extendido. Smith es posiblemente el autor más romántico de la pulp literature, con una clarísima influencia del parnasiano Charles Baudelaire: su fantasía, al igual que la de Dunsany, es profundamente estética, y de alto contenido alegórico. Sus historias se desarrollan en mundos decadentes y apocalípticos, donde las temáticas centrales giran en torno a la muerte y la fatalidad, el destino aniquilador inevitable. Podemos tomar como ejemplo Zothique, una tierra que Smith define como el último continente del mundo, iluminada bajo un sol moribundo y rodeada por un mar que se desploma hacia el vacío. A medida que el planeta muere lentamente, la grandeza y la sabiduría de antaño caen en el olvido, la humanidad revierte a un estado primitivo, y resurgen las artes perdidas de la nigromancia y la brujería. Hay que señalar que Smith también dibujó sendos mapas de sus mundos fantásticos. 


Miradlo, qué inocente parece. Si leyeseis las cosas que escribe…

Las historias de Smith no son necesariamente trágicas, pero siempre están marcadas por ese aire parnasiano y decadente. Sus protagonistas nunca son héroes, sino personajes grises, picarescos o incluso claramente malignos, como malvados nigromantes que usan sus poderes para esclavizar a gentes inocentes. Sus historias, sin embargo, pueden llegar a exhibir una gran belleza, particularmente por lo cuidado de su prosa y lo interesante de sus metáforas. Ahora que tan de moda están las tendencias oscuras o grimdark en la literatura fantástica, sería un buen momento para redescubrir los cuentos de Clark Ashton Smith; sin duda, ningún otro autor se recrea tanto como él en el lado oscuro del alma humana.

Podría seguir escribiendo, y aún queda muchísimo que contar: podría hablar de La serpiente Ouroboros, novela fantástica de E.R. Eddison de los años 20 que también se cita a menudo como influencia de muchos autores modernos; o El pozo del unicornio, novela de los años 40 del autor Fletcher Pratt; o Kenneth Morris y sus historias de dragones (particularmente famoso es su Libro de los Tres Dragones). Podríamos hablar de la obra de Edgar Rice Burroughs, como por ejemplo su saga de Pellucidar, en la cual desarrolla el concepto de la “tierra hueca”. Pero, si has leído hasta aquí, probablemente ya estés empezando a bostezar. Y a mí también me está entrando el sueño, así que vamos a ir cerrando.

Lo que quiero transmitir con este artículo es que a literatura fantástica no es una invención, sino una tradición riquísima con una larga historia. Las características de la literatura fantástica que leemos hoy en día no son aleatorias ni casuales, sino el producto de una evolución, de un progreso deliberado. Por desgracia, las editoriales prefieren limitarse a promocionar la literatura mainstream, las modas del momento, y no se preocupan por los libros clásicos. O, si los vuelven a publicar, hacen tiradas muy limitadas, con pocas reediciones y que pronto desaparecen de las estanterías.

Eso es lo que me impulsó a escribir este artículo. Los lectores españoles somos muy dependientes de las tendencias del mercado editorial. Siempre me ha parecido muy curioso que, en España, muchos lectores consideran las novelas de Dragones y Mazmorras (como los Reinos Olvidados de R.A. Salvatore o la Dragonlance de Margaret Weiss y Tracy Hickmam) como la fantasía de referencia de los años 70 y 80. Sin embargo, si hablas con lectores británicos o estadounidenses, verás que sus estanterías son infinitamente más variadas, y Dragonlance no tuvo tan buena acogida fuera del fandom de D&D, por el simple hecho de que el lector anglosajón tenía muchísimo más entre lo que elegir. Por ejemplo, muchas de las autoras más importantes del género, como pueden ser Lisa Tuttle, Diana Wynne Jones o Lois McMaster Bujold, publicaron sus primeras novelas durante estos años. Y, entre los hombres, tenemos obras de tantísima relevancia e influencia como la saga de Elric de Melniboné de Michael Moorcock. Por mencionar algunos otros, tenemos a Gene Wolfe, Tad Williams, Guy Gabriel Kay, Tim Powers, Roger Zelazny o David Eddings.

Lo cierto es que en la moderna industria literaria resulta muy difícil mantenerse en las estanterías, al menos una vez que pasan los primeros cinco o diez años desde tu primer golpe de éxito. Quitando un puñado de privilegiados (el propio Tolkien, Michael Ende, Ursula K. Le Guin, Stephen King, J.K. Rowling…), la mayoría de estos autores y autoras vienen y van, y solo son recuperados por las editoriales si, por cualquier motivo, se vuelven a poner de moda (como, por ejemplo, cuando se reeditaron los libros de Geralt de Rivia por motivo de la salida de los videojuegos). Por eso es tan complicado encontrar libros de fantasía más clásica.

Así que, si os ha gustado este artículo, hacedme un favor: leed a algún autor clásico, uno de esos cuyas fotos están en blanco y negro. Muchos de estos escritores, como Clark Ashton Smith, vivieron y murieron en la pobreza, lejos de la fama de la que disfrutan los autores de ahora. Estos que veis aquí son los valientes que se atrevieron a escribir un género por el que ningún editor quería apostar, que osaron imaginar mundos enteros mucho antes de que Tolkien demostrase que la fantasía podía ser una literatura lucrativa. No dejéis que muera su recuerdo. Si de verdad amáis la fantasía, mantened viva su tradición.

Y yo me vuelvo a mi nido. ¡Espero haberos hecho pasar un buen rato!


Links a las imágenes

JonasDeRo, Deviantart y Faceebok.

Lecturas de referencia


— AGUIAR E SILVA, Víctor Manuel. Teoría de la literatura. Gredos, Segunda Edición, 1999.

— GREGORY, Lady Augusta. Lady Gregory's Complete Irish Mythology. Bounty Books, 2004.

— HP Lovecraft y otros: Los mitos de Cthulhu. Alianza Editorial (prólogo de Rafael Llopis), 1995

— LE GUIN, Ursula. From Elfland to Poughkeepsie. Sandner, D. Fantastic Literature: A Critical Reader. Westport, 2004, p. 144-155.

— SPRAGUE DE CAMP, L. Literary Swordsmen and Sorcerers. Hachette UK, 2014.

2 comentarios:

  1. Hola, Xeehra,
    Un placer que te hayan invitado. Pues, fíjate que siendo (casi) filología nunca había oído hablar de estos precursores de la literatura fantástica. Siempre se ha dicho que el padre de esta es J.R.R. Tolkien cuando el bebió de otros autores. Lo que he notado es que en términos más académicos la literatura fantástica es un genero que se da muchísimo menos. Salvo quizás H.P. Lovecraft y Poe (y en mi caso solo di el segundo) no hay casi nada de educación sobre la fantasía como si no valiera la pena hablar de él.
    Me ha encantado conocer a estos autores y que Ursula K Le Guin sea fangirl de uno hacen que me interesen más.
    Buen articulo.
    Saludos
    PD: En Irlanda más que cansarse de las papas la rebelión fue porque hubo una epidemia de tizón tardío producido por un parásito en las papas y como, bien dices, era el único alimento provoco hambruna y una gran cantidad de muertes de las que los ingleses pasaron totalmente.

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    1. Hola Meri, aquí Xeethra.

      Primero, me alegro muchísimo de que te haya gustado. Algún amigo tengo en filología inglesa que me comentó que recuerda haber oído a William Morris así de pasada, pero poco más. Creo el problema no es tanto que la fantasía no se "estudie" en las universidades, porque sí es cierto que muchos de los autores clásicos escribieron obras fantásticas; lo que pasa es que muchos profesores se ofenden si les recuerdas que las Leyendas de Bécquer o varias de las obras tardías de Shakespeare tienen elementos fantásticos a cascoporro XD. Es lo que dijo Le Guin, como el género fantástico está mal considerado, se tiene esa idea de que los libros "buenos" no pueden catalogar como fantasía porque sería "degradarlos". Yo pienso que es una estupidez, pero creo que, a medida que vaya habiendo un cambio generacional en el mundo académico, se irán perdiendo los prejuicios.

      Por cierto, en cuanto a lo de Irlanda, a mí siempre me ha olido un poco mal. Es decir, son los propios ingleses los que introducen la patata en la dieta irlandesa. Creo que tienen una parte de responsabilidad importante en lo que ocurrió, la verdad, porque la respuesta de su gobierno fue pésima. No puedes cambiar la alimentación de una población entera, volverlos dependientes de forma deliberada, y luego lavarte las manos. Es un episodio bastante feo de la historia :(.

      ¡Cordialmente, Xeethra!

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