Recordatorio

No somos profesionales, simplemente nos gusta leer y tenemos tiempo libre, así que a veces cometemos errores.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Análisis: El Código da Vinci, Dan Brown

Título: El Código da Vinci
Autor: Dan Brown
Sinopsis: Antes de morir asesinado, Jacques Saunière, el último Gran Maestre de una sociedad secreta que se remonta a la fundación de los Templarios, transmite a su nieta Sophie una misteriosa clave. Saunière y sus predecesores, entre los que se encontraban hombres como Isaac Newton o Leonardo Da Vinci, han conservado durante siglos un conocimiento que puede cambiar completamente la historia de la humanidad. Ahora Sophie, con la ayuda del experto en simbología Robert Langdon, comienza la búsqueda de ese secreto, en una trepidante carrera que les lleva de una clave a otra, descifrando mensajes ocultos en los más famosos cuadros del genial pintor y en las paredes de antiguas catedrales. Un rompecabezas que deberán resolver pronto, ya que no están solos en el juego: una poderosa e influyente organización católica está dispuesta a emplear todos los medios para evitar que el secreto salga a la luz.

Un apasionante juego de claves escondidas, sorprendentes revelaciones, acertijos ingeniosos, verdades, mentiras, realidades históricas, mitos, símbolos, ritos, misterios y suposiciones en una trama llena de giros inesperados, narrada con un ritmo imparable que conduce al lector hasta el secreto más celosamente guardado del inicio de nuestra era.

Editorial: Planeta, 2004
Número de Páginas: 536.

Estoy segura de que a todos os suena este libro. Me lo leí hace muchos años, antes de tener verdadera idea sobre historia, y no recuerdo bien la impresión que me dejó excepto que había un juego estúpido de leer al revés una frase y me di cuenta al momento pero historiadores profesionales necesitaron la ayuda de una criptógrafa. Y yo, pequeña e inocente brujita, ya pensé: «pero qué panda de incompetentes».

Bueno, es posible que no pensara exactamente eso, pero creo que cogéis la idea.

No habría releído el libro si no me lo hubieran pedido para cierto trabajo y me dije que, ya que estaba, le hacía una reseñita y la teníamos guardada para cuando se nos acabaran los libros con más chicha.

La gente odia a don Dan Brown en España por cierto libro, La Fortaleza Digital, que nos puso a parir. Me imagino que los franceses, italianos y demás nacionalidades que han tenido la desgracia de ser pisoteados bajo la xenofobia de este autor estadounidense pensarán más o menos igual que nosotros. Es cierto que se trata de una xenofobia o un racismo inocente e ignorante pero no deja de doler que libros basados en prejuicios alcancen tantas ventas.

Con todo, y no me matéis, que os echo el mal de ojo, comprendo por qué estos libros (o, al menos, El código Da Vinci, de los demás no diré nada porque no tengo intención de echarles un vistazo o de releer Ángeles y Demonios) han triunfado, al contrario que esa literatura de abuso sobre jovencitas, que de verdad, no entiendo cómo estamos tan enfermos.

Básicamente, Dan Brown coge una fórmula muy de película, muy fácil de tragar: veinticuatro horas, un misterio que resolver, un interés amoroso femenino, y mucha información contada de forma simplita para que termines el libro y te sientas más culto e inteligente. Se nota que va dedicado para la población general de Estados Unidos, la verdad [R: ¿racista yo? Qué va. Soy una bruja de principios asentados en los que excluyo moverme por prejuicios contra una potencia dominante y que en breves parece que vaya a caer bajo las manos de un loco que podría hacer estallar la Tercera Guerra Mundial] [L: O peor aún, expulsados] [G: ¿Vais a llevarme ya a Rumanía o no?]. Aun así, los temas son fáciles de digerir: conspiraciones, la Iglesia siendo mala, el Opus Dei siendo malísimo, y un pobre estadounidense metido en medio de estos titanes [L: ¡No me lo veía venir!].

En el fondo, es Indiana Jones, pero ya trataremos esto más adelante. El Código Da Vinci es una secuela de La Fortaleza Digital, con un mismo protagonista, Robert Langdon, que se ve metido sin querer en una conspiración para obtener el Santo Grial.

Pues esto es lo que hacen en el libro, básicamente

sábado, 7 de mayo de 2016

La Suspensión de la Incredulidad o tragarse las milongas que te cuenta Don Fulano Menganez




¿Cuántas veces nos hemos sentado a ver una película y hemos terminado pensando: «Eso no hay quien se lo crea»? ¿Cuántas veces hemos abierto un libro y a medida que avanzábamos hemos pensado: «¿Pero qué narices me estás contando?»?

No sé a vosotros, pero a mí sí que me ha pasado varias veces y todo porque el autor de esa película o ese libro no ha sabido hacer que me sumerja del todo en su historia. Suele pasar, aunque no todos tenemos el mismo listón a la hora de creernos las cosas. Por eso que el tema que voy a tratar es un poco subjetivo. Como dice el título, me refiero obviamente a la Suspensión de la Realidad o Incredulidad.

La Suspensión de la Incredulidad es, en resumidas cuentas, la capacidad que posee cada uno para aceptar o rechazar una historia o concepto fantástico dentro de una obra de ficción. Vamos, creerte o no lo que te están contando en determinado libro, película, etc, para beneficio o detrimento de tu diversión. Generar el efecto de Suspensión es algo fundamental para las novelas de cualquier ficción, ya que si el lector no consigue quitarse de encima la idea de que la historia que está leyendo es falsa o imposible, es muy probable que cierre el libro y abandone.

Claro que el grado de Suspensión no es absoluto: quizá a un lector una historia le resulte imposible y, a otro, bastante creíble (aunque es cierto que hay historias tan falsas que no hay modo de ejecutar el más mínimo grado de Suspensión). Así que, para abarcar al mayor número de lectores con bajo nivel de Suspensión, el autor tiene que hacer un gran alarde de habilidad y conseguir que en su novela existan las menores inconsistencias posibles para que así el lector pase por alto esos detalles y quiera seguir la trama.

Generar la Suspensión no es algo nuevo aunque el concepto sea relativamente moderno. Resulta obvio que, desde que se cuentan historias, el objetivo de muchas de ellas, además de transmitir cultura, enseñanzas o aleccionar, ha sido entretener. Cuanto mayor sea y más dure la burbuja de la Suspensión de Incredulidad, mayor será la diversión y el entretenimiento, porque estarás totalmente sumergido en la historia y su mundo sin cuestionar porqué son así las cosas. Obviamente no todos los escritores consiguen esto, pero les queda el consuelo de que siempre existirá alguien que tenga el grado de Suspensión tan alto, que se lo crea absolutamente todo porque, eh, es ficción, puede pasar cualquier cosa de cualquier manera (incluso si está mal hecho) [L: Puede, no sé, desvelarse que alguien tiene una máquina del tiempo para cambiar la historia después de que se hayan atado todos los cabos para alargar el libro cuarenta hojas más] [G: Touché].

martes, 3 de mayo de 2016

Análisis: Hyperion, Dan Simmons

Título: Hyperion
Autor: Dan Simmons
Sinopsis: En el mundo llamado Hyperion, más allá de la Red de la Hegemonía del hombre, aguarda el Alcaudón, una singular y temible criatura a la que los miembros de la Iglesia de la Expiación Final veneran como Señor del Dolor. En vísperas del Armageddon y con la amenaza de una guerra entre la Hegemonía, los enjambres éxter y las inteligencias artificiales del TecnoNúcleo, siete peregrinos acuden a Hyperion para recuperar un rito religioso. Todos son portadores de esperanzas imposibles y también de terribles secretos.

Editorial: Debolsillo, 2009
Número de Páginas: 618.

¿Cómo que el Armageddon? ¿De qué me hablas, sinopsis? En el libro nunca se menciona así al «fin del mundo».

Ignoremos ese detalle.

Hyperion es un clásico de la ciencia-ficción con más de 1000 páginas, motivo por el cual se dividió en dos tomos. Es decir, el libro en realidad es Los cantos de Hyperion, escrita de golpe y no planeada para que hubiera una segunda parte. Pero las editoriales son así y además hicieron sufrir a los fans haciendo que cada partes se publicara con un año de diferencia.

Personalmente, como veo ambas partes muy diferentes entre sí, considero que fue una buena elección. 

Hay siete peregrinos —humanos. Los «aliens» de esta historia son los éxter que, como nos enteramos después, son humanos mejorados y adaptados a las condiciones de los planetas donde viven, al contrario que la Hegemonía, que cambia los planetas para que estos se adapten a ellos—, seis hombres y una mujer [L: Pitufina detected], además de un bebé, toman una nave y se dirigen hacia Hyperion. Este mundo es una colonia exterior que se ha convertido en el objetivo tanto de la Hegemonía como de los éxters por las Tumbas del Tiempo, el lugar donde se celebra esa ceremonia de la que habla la sinopsis y que en ningún momento se ha perdido. Las Tumbas, como nos explican más adelante, son unas construcciones que viajan al revés en el tiempo; alguien las creó en el futuro y las ha mandado hacia atrás. Y el momento en que por fin se abrirán para revelar su interior se acerca.


La nave del cónsul donde se inicia la historia

Hyperion se encuentra entre dos peligrosos frentes y, por tanto, intenta una evacuación no tanto por el próximo ataque de los éxters, sino porque la gente tiene terror del Alcaudón, una criatura imposible de detener y que mata a diestro y siniestro incluso a las tropas de élite de la Hegemonía. Una criatura que, en teoría, viene de las Tumbas del Tiempo. No es el mejor destino, como podemos imaginar. Además, la FEM Meina Gladstone, la dirigente de la Hegemonía, advierte al cónsul, el principal narrador, de que hay un espía éxter en el grupo…

Así que, ¿por qué están ahí estos peregrinos? ¿Qué es lo que buscan, aparte de una muerte segura?

En esto se centra la primera parte de los Cantos, en explicarnos las historias de sus personajes a lo Cuentos de Canterbury. Los peregrinos echan a suertes los turnos, pensando que, ya que sólo puede sobrevivir uno al que en teoría el Alcaudón concederá un deseo, es mejor que sus historias no se pierdan sin más. También el viaje es largo y tienen que rellenar el tiempo de alguna forma para no sucumbir al nerviosismo.