Recordatorio

No somos profesionales, simplemente nos gusta leer y tenemos tiempo libre, así que a veces cometemos errores.

jueves, 22 de agosto de 2019

Hablando en femenino: un poco de historia sobre el orgasmo y la masturbación



¡Bienvenidos! Frederika a vuestro servicio.

Hace bastante escribí un artículo sobre cómo muchos autores (en especial varones) se escudan en el historicismo de las violaciones, del maltrato contra las mujeres y todo eso para justificar la violencia, fetichización y sexualización de sus historias. En definitiva el «¡pero es que era así!». Y ya demolimos muchas de esas excusas.

Esta vez venimos a hablar de otro mito, que espero que pueda servir de referencia para quienes lean esto~.

Del orgasmo femenino y la masturbación


En las novelas se habla mucho de penes. No hay problema en hacer aparecer a hombres orinando —defecar ya es demasiado—, con erecciones y fantaseando en dónde les gustaría insertar sus falos. En el caso de las mujeres, sus genitales se mencionan menos porque la obsesión suelen ser los pechos, pero a los autores les encanta mencionar lo húmedas, apretadas y sabrosas que están. En especial si son jovencitas.

Todo suele enfocarse, pues, hacia un punto de vista masculino disfrutando de un sexo donde la mujer tiende a ser pasiva.

Por ello siempre encontraré absurdo leer sobre tantísimas muchachitas desconocedoras ya no solo del sexo (como tratamos en este artículo tan extenso), sino del placer, y que disfrutan como locas si descubren la penetración. A ello se suma, por supuesto, la sensación de que nunca se hubieran excitado por su cuenta, ni llegado a explorar regiones que los niños ya empiezan a manosear desde que son muy pequeños.

De modo que vamos a sacar referencias de un libro publicado en 1999, The Technology of Orgasm, de Rachel Maines para hacer entender a la gente que el sexo gira alrededor de la concepción masculina del mismo. Es decir, incluye tres etapas: la preparación o foreplay, penetración y orgasmo masculino.

Y no hace falta que en todas las representaciones perpetuemos esta idea ignorante.

Antes de nada, dejemos unas ideas claras de acuerdo a la concepción heterosexual del sexo:

1. Si una mujer no tiene un orgasmo mediante la penetración pero el hombre sí, se sigue considerando que ha habido sexo.

2. Si la mujer disfruta de un orgasmo y el hombre no, entonces el desenlace es un coitus interruptus.

Sin embargo, de acuerdo a doña Maines, alrededor del 70% de las mujeres —asumo que estadounidenses— no se corren mediante la penetración y necesitan estimulación externa. Y si no se da, entonces la ausencia de placer…

«La culpa debe ser de ella, puesto que era literalmente inimaginable que pudiera descubrirse algún problema en la hipótesis de la penetración. Si el pene no representaba la arma definitiva en las batalles sexuales, la insistencia en la superioridad masculina descansarían en el estadísticamente mayor potencial de los bíceps y deltoides masculinos, que en sí no parecían aptos para la tarea de sostener el patriarcado en la civilización occidental»
(Technology… p.6)

Hasta tal punto el mundo es androcéntrico que los términos de labia, vagina o útero no se emplearon durante mucho tiempo. Bastaba con términos masculinos como semen» o «semilla», de modo que cuidado con la interpretación de textos antiguos.


Ah, y, una pequeña aclaración antes de seguir:

¿Qué es la HISTERIA?



Aunque en 1952 se dejó de considerar la histeria como una enfermedad, este término ha perseguido a las mujeres desde el siglo IV a.C. sin descanso. Según los médicos, consistía un conjunto de «síntomas» que se echaban a un saco y se mezclaban aleatoriamente. En general, las mujeres parecían sufrir «excitación crónica» con ansiedad, falta de sueño, nerviosismo, fantasías eróticas, pesadez en el abdomen, edemas en la parte baja de la pelvis y lubricación vaginal. En ocasiones se daba el caso de que la «enferma» se desmayaba, sufría un orgasmo —pensemos en cómo se despiertan algunos hombres con un asunto del que encargarse y asumamos que el cuerpo se comporta como lo hace porque a veces tiene problemas de los que ocuparse— y se encontraban un poco mejor. Los ejemplos se retrotraen hasta Platón, que sugirió que estas reacciones se debían a inflamaciones del útero. A esto se le suele llamar «paroxismo de la histeria».





Sin embargo, las histéricas no se dañaban, como les pasaba a las epilépticas, ni tampoco llegaban a orinarse encima. Qué enfermedad tan extraña…

Y es que muchas «histéricas» en realidad sufrían por una falta de una vida sexual sana, sin obviar que también tuvieran otros problemas físicos.

Galeno (siglo II d.C.) sugirió que, para curar a la mujer, esta debía acostarse con un hombre. Su hombre, a ser posible. En el caso de monjas o mujeres insatisfechas con su matrimonio, quedaba la opción de recostarse en la mesa de un médico (o de una partera) que le masajeara la vulva.

Por supuesto, como el sexo solo ocurre cuando hay penetración, ¡no hay nada sexual en toquetear a una mujer entre las piernas! Es algo meramente… médico. Pero en ningún caso se recomendaba que la paciente se masturbara por su cuenta.

Como bien señala doña Maines, que un hombre pueda masturbar a una mujer y no se considere agresión sexual se debe a la concepción completamente androcéntrica del sexo. No hay penetración: no es sexo.


El orgasmo a lo largo del tiempo


Cuando leemos los textos del siglo XIII en adelante, encontramos que se solía pensar que el orgasmo femenino era necesario e indispensable para que se creara un bebé. Como se señala en este artículo se consideraba que las mujeres eran iguales a los hombres, pero «invertidas». Es decir, que eyaculaban… y que se requería un orgasmo masculino —inevitablemente dentro de la vagina— para provocar el femenino. Del clítoris no se habla en ningún lado.

Estas ideas medievales predominan en muchos sectores masculinos cuando se debate que si una mujer tiene un orgasmo, entonces no se puede acusar al hombre de haberla violado. ¡Ha disfrutado, como consecuencia de ese orgasmo ha tenido un bebé! ¡No es violación!

Ya sé que no tiene sentido, pero así piensan algunos hombres. Y jueces.

Por tanto, hay una persistente negativa a reconocer el orgasmo femenino como algo que puede producirse sin la penetración masculina. De ahí que masturbar a tu paciente no fuera algo sexual, sino médico.

Esta concepción, por cierto, no se limita a los cristianos. Muchísimos musulmanes bebieron su educación de fuentes griegas (que a su vez pasaron a las cristianas), por lo que a nadie debería extrañarle saber que en el siglo IX el médico Al-Razi recomendara masajes en la vulva —consejo del que tomaron nota muchos médicos cristianos, que citaban su trabajo— para tratar a las mujeres.

También Avicena recomendaba la masturbación para una buena salud, tomando nota de Galeno, aunque resaltaba que no resultaba positivo que se lo hicieran unas mujeres a otras porque no experimentaban «el verdadero acto sexual» y entonces quedaban insatisfechas (entre otras cosas porque el sexo implica dolor, al parecer, y si no lo sientes vas mal). El privilegio de frotar la entrepierna de las mujeres, pues, debía limitarse a los maridos, a los doctores y, si eso, a las parteras. 


Puede que os suenen todas esas imágenes de mujeres bañándose desnudas que tanto, tanto atraen a los hombres. El agua, en especial la caliente, se relacionaba con la sensualidad y se sabía hasta cierto punto que podía ayudar a «inflamar» las ganas de tener sexo. Así tenemos al santo Jerónimo (siglo IV) que advertía particularmente a las mujeres que evitaran los baños.

Curiosamente también hubo casos de dildos —son antiguos como el tiempo —podéis buscar sobre ello en el Antiguo Egipto… solo que ahí no tenían un componente médico— que, por cortesía de Arnaldo Villanova, se recomendaban para las monjas y viudas que sufrieran histeria ya en el siglo XIII.

Pero, como se ha comentado antes, las diferencias entre los estatus de la mujer eran claros a la hora de estos tratamientos médicos. Por ejemplo, en la Edad Moderna el médico Pieter van Foreest, en un libro llamado Observationem et Curationem Medicinalium ac Chirurgicarum Opera Omnia, detallaba cómo se recomendaba que se introdujeran el dedo por la vagina y se estimulara a las mujeres histéricas hasta el «paroxismo». En particular hablaba de las viudas, pero también señalaba que era un tratamiento apto para religiosas. Las jovencitas y casadas, mejor que tuvieran sexo con sus maridos.

Pero ¿qué enfermedad era esta y cómo es que no la relacionaban con el sexo cuando en ocasiones recomendaban a las mujeres que sostuvieran sexo con sus maridos? Pues… Pensad  que estamos ante médicos que creían en los humores de la sangre, ¿de acuerdo? Simplemente en sus cabezas no cabía otra posibilidad, porque un hombre siempre cumple.

Pero por poner un ejemplo tal cual: Ambroise Paré, del siglo XVI, decía que para acabar con el «sofoco de la madre» (o histeria) había que introducir el dedo —empleando aceite mezclado con almizcle y otras sustancias— y provocar «cosquillas» en la vagina. Entonces se liberaban los fluidos que «atascaban» el útero y la mujer, et voilà!, estaba curada.

Como la imaginación de los hombres para fantasear con enfermedades que excusen su negligencia es infinita, os dejo para vuestro disfrute un revelador pasaje de Lazare Rivière que aceptaba que los hombres —pensad que para ellos solo existía el sexo heterosexual— tenían parte de la culpa (todas las mayúsculas son originales del texto):

«El Furor Uterino es una suerte de locura, que surge de un vehemente y desenfrenado deseo de Abrazo Carnal, deseo que destierra las Facultades Racionales […] Aunque principalmente afecta a las vírgenes y jóvenes viudas, también puede ocurrirle a mujeres casadas que tienen Maridos impotentes o similar, puesto que no tienen mucho efecto […] Si el matrimonio falla como remedio, algunos recomiendan que una Partera inteligente se encargue de frotar las Partes Genitales, para provocar una Evacuación del hiper abundante Esperma*.»
(Technology…p. 29)

*Recordad que se empleaban los mismos términos respecto a la lubricación en hombres y mujeres. En algunos textos del XVII se hablaba de que las mujeres tenían «piedras», lo que venía a leerse como testículos (u ovarios) que exudaban la «semilla».

Solo se da algún que otro caso sorprendente, como el de John Pechey del siglo XVII, que parecía saber que el clítoris tenía una función sexual, pero el resto de los médicos ignoraban su existencia. Al menos Nathaniel Highmore trató la histeria y le dio el trato sexual que tenía su «cura» mediante la palabra «orgasmo».

Ya hacia el XVIII Boerhaave añadió que el masaje, el ejercicio —como montar a caballo para que afectara al movimiento pélvico en el caso de mujeres muy jóvenes— y el matrimonio no solo como cura para las mujeres histéricas, sino para los hombres hipocondríacos —que según las ideas de su época sería un desorden causado por la falta de sexo, igual que con las mujeres—, si bien no muchos médicos estaban dispuestos a aceptar que a los hombres les hiciera falta o incluso existieran.

Pero también flotaban por ahí otras ideas acerca de que la histeria y la esterilidad, entre otras cosas, estaban causadas por la masturbación.

Hacia el XIX se empezó a poner en duda que la histeria fuera una enfermedad y el término «clítoris» apareció en tratados. En algunos casos, como don Pierre Briquet, hasta favoreció el estímulo sexual del clítoris y, ¡ojo!, señaló que las histéricas no solían alcanzar el orgasmo durante el coito y que la ninfomanía o la excitación crónica podían ser secuelas de la constante insatisfacción. En particular, las prostitutas sufrirían por no alcanzar nunca el clímax con sus clientes y recurrirían a la masturbación. Por supuesto, don Briquet recibió críticas por tener una mente tan… abierta cuando la mayor parte de los médicos de renombre estaban convencidos de que la histeria no tenía nada que ver con la insatisfacción sexual. Al fin y al cabo, ¡mujeres casadas eran histéricas! ¡Tenían sexo de sobra! ¡Si no estaban satisfechas con el sexo, era culpa de ellas!

Los decimonónicos se encontraron en un serio apuro cuando tuvieron que encontrar un equilibrio entre el comportamiento femenino, el creciente conocimiento acerca de la salud y las corrientes más victorianas y puritanas de la sociedad. 

¿Que  una mujer tuviera sexo (satisfactorio) ayudaba a que estuviera sana? Uf. ¿Cómo combinar eso con la idea de pureza y virginidad? Un dolor de cabeza. A menudo se pasaba por encima de este problema insistiendo en que las mujeres no querían orgasmos, ¡querían ser madres! Esto reforzaría tres puntos: la pureza espiritual femenina, que debía conservarse a toda costa, su posición social como inferiores y la idea de que el sexo debe ser mediante penetración para placer del varón.

Por supuesto, don Freud no ayudó mucho.


«No creo que exagere cuando afirmo que la gran mayoría de las neurosis en las mujeres provienen de la cama matrimonial.»
(Technology p. 44)



Oh, bueno, no suena tan terrible, ¿verdad? No, hasta que en The Aetiology of Histeria, en el que reflexionaba sobre el abuso sexual a niños, don Freud señaló que las histéricas no sufrían por privación sexual, sino por lesiones en la «conciencia» (enfermedad mental) por traumas infantiles.

Al principio, don Freud asumió que los niños decían la verdad cuando hablaban de gente que los acosaba; más tarde atribuyó estos recuerdos y/o quejas a que los niños tenían una fantasía muy exagerada que provocaba estas «lesiones». 

En el caso de las histéricas, sufrían un desorden que les impedía disfrutar del sexo de forma «normal» (heterosexual) y también relacionó la histeria en ambos sexos con contracturas y parálisis funcionales sin terminar de abandonar temas de masturbación. En general, el problema de la histeria sería que los jóvenes se exponían muy pronto a la sexualidad, tanto imaginaria como real.

En resumen: los hombres, los maridos, no tenían la culpa de lo que les ocurría a las mujeres. Los únicos que podían arreglar este problema eran los profesionales como don Freud.

Su gran gesto fue cambiar el paradigma de las mujeres enfatizando la psicopatía; no es que quieran sexo, ¡es que tienen traumas infantiles que las impulsan a ser… seres sexuales! *gasp*

Es por traumas infantiles que te masturbas o que presentas síntomas de «frigidez» si te penetra un hombre, entonces ningún problema será culpa suya. Por supuesto, don Freud (tampoco hay que sorprenderse del hombre que veía en todo un falo) fue tajante respecto a que el ÓRGANO VITAL no podía ser sustituido por nada: ni masturbación, ni dedos ni… vibradores.

Y, desde luego, muchísimos psicólogos y médicos tomaron muy en serio la palabra de don Freud.

Ahora los historiadores como doña Smith-Rosenberg miran a la cultura del siglo XIX y encuentran que la «histeria» probablemente era una respuesta al rol hipersexualizado de las mujeres, que a la vez les exigía negar su sexualidad. Un poco similar a los problemas con la comida que sufren mujeres de todo el mundo: si comes mucho, eres una glotona; si tienes mucho sexo, una puta. Las mujeres deben quedarse satisfechas con lo que se les da, no pedir más, ofrecer una imagen ligera y que no irrumpa en escena o se las castigará.

Pero ni historiadores como Smith-Rosenberg o Michael Foucault estudian la histeria más allá de las costumbres sociales o las tendencias médicas. No se habla jamás de cómo este paradigma de enfermedad parece ser… antiguo. Demasiado. Y que oculta verdades muy incómodas acerca del sexo heterosexual.

Peter Gay, curiosamente a pesar de ser seguidor de don Freud, sí logró señalar algunos puntos importantes como se comenta en The Technology of Orgasm:

«Negar a las mujeres unos naturales deseos eróticos servía para proteger la propiedad del sexo masculino. Sin importar la actuación de este, sería suficiente. Ella no podría —¿cómo iba a poder?— pedir más.»
Si lo hacía, se la trataba de histérica y se llamaba al médico.

Una mujer ideal no debía ser sexual —mientras que los hombres sí— y el caso contrario no sería más que una degradación de su dignidad. Llegó a citarse en algunos tratados, como Sexual Impulse in Women, de Havelock Ellis, que alrededor del 70% de las mujeres «civilizadas» no tenían impulso sexual. ¡Imaginad el compás moral! Las mujeres aprendían que no deben disfrutar del sexo para estar a la altura de lo que se esperaba de ellas.

Pero, aun así, en cuanto tienen la regla (o antes) se las empieza a ver como cosas sexuales.

De modo que seguimos como al principio: se pensaba que era sano que un hombre eyaculara dentro de la vagina (lo cual además sería beneficioso para la mujer) como postulaba el estadounidense William Goodell.

Incluso a principios del siglo XX feministas como Edward Bliss Foote consideraban que la masturbación u otra clase de sexo que no fuera por penetración eran inaceptable y malsana. Otros seguían predicando que las mujeres en buen estado no tenían deseo sexual, porque de lo contrario serían una amenaza para el orden social de las familias. Por esta época también surgió la idea de que una mujer que sufría coitus interruptus se volvía frígida (cosa que se cura con buen sexo, por supuesto).

Pero ¿sabéis qué significa que hubiera tantos hombres hablando de lo mismo? Pues que habría quejas. Y malestar. E ideas incómodas entre las mujeres.

Porque, como digo, las mujeres tienen dos dedos de frente. Así que vamos a hablar del lado «oscuro» de la historia.

¿Y qué pasa con la masturbación?


Como cabe imaginar, no hay muchos tratados acerca de la masturbación. Condenada y perseguida ya entre los hombres, era algo inaceptable entre las mujeres. ¡Pero si venimos diciendo que no eran seres sexuales, y que en todo caso estarían satisechas con un buen pene!

Sin embargo, se sospechaba que las mujeres solteras o viudas se masturbaban mucho más que los hombres. Y eso no podía ser. La sociedad imponía una vida de «saludable» abstinencia sexual y lograr así que no desarrollaran aversión por el matrimonio o hasta complicaciones para quedarse embarazadas.

Es decir, había una clara conciencia acerca de la escasa o incluso nula satisfacción que las mujeres obtenían del sexo heterosexual, así como una sospecha de que la masturbación tras el sexo era resultado de que una mujer no había encontrado verdadero placer en la cama. Y, por supuesto, esta idea debía rechazarse porque se oponía a la concepción androcéntrica del sexo.

Por ello se empezó a propagar, en ocasiones imagino que con sincera credulidad igual que muchos hombres piensan que las mujeres son inferiores, que la masturbación provocaba enfermedades.

Entre otras, posible lesbianismo. 

Los médicos solo encontraban cierto alivio moral al recomendar algunos dildos, lo cual les recordaba al coito tradicional, si bien los había que empezaban a molestarse porque las chicas se corrían de mesa en mesa de medicina para lograr que le insertaran un speculum cuando se sometían a exámenes médicos. 

El speculum.
Desde luego, todos estos ejemplos eran casos extremos. La mayor parte de las mujeres no alcanzan el orgasmo con la penetración, pero supongo que los médicos se consolaban imaginándose que si un pene no les serviría, al menos emplearían un sustituto del mismo y no los dedos.

También por hacia el siglo XIX-XX se volvió a ponerse de moda la «frigidez», si bien de forma que se asociaba a la insaciabilidad: la mujer que tenía mucho sexo y jamás alcanzaba el orgasmo. ¡Una puta con todas las de la ley!

¿No es irónico?

Claro que también seguía la concepción de que las mujeres no tenían deseos sexuales, excusa que valía a muchas para evitar sexo no deseado, por lo que hasta cierto punto es posible que se empleara como un escudo social frente a los hombres y sus cortejos o insistencias.

Entre tanto, seguía la pertinaz insistencia de que el coito era equivalente a orgasmo y que la penetración vaginal debía ser suficiente para cualquier mujer. Y si no, como digo, se enviaba al médico a la dama, bien para que otra persona se ocupara de proporcionarle un orgasmo, bien para considerar que no era algo de lo que la pareja oficial tuviera que preocuparse porque es «culpa» de la mujer.


Y hablando de médicos, he mencionado en varias ocasiones que estos se ocupaban del masaje vaginal, pero en realidad es un equivalente a decir «Felipe II construyó la Felicísima Armada» cuando el rey se limitó a dar la orden. El tratamiento a las mujeres se consideraba pesado y complicado, en especial cuando había que usar los dedos durante muchos minutos, por lo que eran los subordinados quienes se encargaban de esta tarea. Al menos a grandes rasgos.

Además, los médicos de primer orden empezaron a tener francos problemas al escribir sobre los métodos para tratar a las mujeres porque el latín se había ido abandonando como lengua profesional tras el Renacimiento. Y eso significaba que la gente podía leer (o confundir) lo que se hacía con los masajes en una zona claramente sexual. Las instrucciones para masturbar a las mujeres no se explicitaban en muchos textos para evitar que la sociedad se conmocionara —hubo claras excepciones, por supuesto, con médicos dispuestos a poner todo por escrito, pero no era la actitud preponderante—.

En fin, que las «enfermas» eran necesarias porque necesitaban cuidados regulares y no serían baratos, pero se trataba de un trabajo cansino, peligroso socialmente y que prefería dejarse en manos de los aprendices.
Imaginad la felicidad que supuso para esta gente que apareciera nada menos que el vibrador eléctrico.


Desde 1906 se han publicitado los vibradores,  pero lo cierto es que comenzaron a existir desde el XIX. En 1880 empezaron a emplearse en las oficinas de médicos:

«La demanda para el tratamiento tenía dos orígenes: la prescripción de masturbación femenina como una forma poco casta y posiblemente insalubre, y el fallo de la sexualidad androcéntrica para producir regulares orgasmos en la mayoría de las mujeres. De este modo, los síntomas que se definieron hasta 1952 como histeria, así como algunos de los asociados con la clorosis y la neurastenia, pueden haber sido al menos en gran medida el funcionamiento normal de la sexualidad femenina en un contexto social patriarcal que no reconocía la diferencia esencial entre la sexualidad masculina, con su énfasis tradicional en el coito. El modelo saludable, «normal», de la heterosexualidad históricamente androcéntrica y pro-natal es la penetración de la vagina por el pene del hombre para permitir un orgasmo masculino. Se ha notado clínicamente en muchas épocas que este comportamiento parcial falla consistentemente en producir un orgasmo en más de la mitad de la población femenina.»
The Techology of Orgasm, p. 3

También, eso sí, había otras formas de «masajearse». Una de ellas era con agua. Hasta hubo cierto mercado en el siglo XVIII, en Inglaterra, alrededor de esta clase de baños para mujeres con Tobias Smollet. Eran, básicamente, los spa de la época. Y sí, era básicamente agua a presión para… estimular la zona pélvica.

Otra muy popular en el siglo XIX tanto para hombres como para mujeres consistía en el empleo de la hidroterapia con… cosas como esta, que parecía que hacía a la gente muy feliz y satisfecha:



Tanto Europa como EEUU —en particular en Nueva York el spa Saratoga tuvo muy buena reputación y estuvo en marcha hasta el siglo XX— disfrutaban de los masajes acuáticos para sus necesitados, y había spa médicos en los que la gente podía acudir a tratar sus «problemas». Toda una facción de médicos luchaba vehementemente a favor de este método frente al empleo de dedos u otras formas menos «refinadas», si bien también se empleaban para gente con depresión, para menopáusicas, nerviosismo e irritabilidad. Todo un negocio, en especial entre las mujeres, dado que la masturbación con agua a presión no es rara mientras que en el caso de los hombres suele producir más dolor que placer.

Otras técnicas con electricidad también florecieron desde principios del XIX de las que no pienso hablar porque me producen pesadillas, en especial porque no iban aplicadas con mala intención. Es más, se pensaba que cierto shock podía ser positivo para reavivar ciertas partes del cuerpo si se combinaba con masajes.



Curiosamente, muchos médicos consideraban que cualquier trabajo con las piernas, ya fuera una bicicleta —hubo pacientes que afirmaban tener varios orgasmos— o incluso con máquinas de coser que permitían el roce de los muslos eran suficientes para alcanzar el clímax. Como dice doña Maines: no sabemos con qué frecuencia se masturbaban las mujeres, pero desde luego los médicos dedicaban muchas horas a darle vueltas.

Irónicamente, uno de los antecesores del vibrador funcionaba a pedal.

A partir de 1900, los pudientes, como solían ser los únicos que podían permitirse ciertos tratamientos, empezaron a preferir tener estas sesiones de masajes o vibradores en casa. Pensemos que cuatro o cinco visitas al doctor costaban casi lo mismo que uno de estos vibradores, y así podrían utilizarlo siempre que quisieran. De modo que el vibrador seguía el camino de las máquinas de coser eléctricas, que comenzaron a venderse en 1889, los ventiladores o las tostadoras. Se publicitaban estos vibradores como máquinas de masajes que curaban enfermedades y acababan por el estrés, ¡y se incitaba a hombres y a mujeres a comprarlos!



Pero había muchos anuncios enfocados específicamente a las mujeres, en las que se aseguraba que los vibradores borraban el dolor, permitían una mejor circulación de la sangre y una vida más sana. En ocasiones hasta se ofrecían pagos a plazos cuando fuera a casarse.


Que conste que es cierto que los vibradores no estaban pensados solo para aplicarlos a zonas sexuales/erógenas. Hay dibujos de mujeres poniéndoselo en el coxis para aliviar el dolor o de un hombre en el estómago.

Pero la gente fue entendiendo cuál era su principal función y, así, la publicidad desapareció a partir de los años veinte hasta su resurgimiento en la segunda mitad del siglo XX. E incluso entonces se aceptaba muy a regañadientes su empleo para el sexo heterosexual «normal» y de ahí, imagino, ideas como que se llame consolador. ¡Nada como un buen miembro masculino de verdad!

Y es que así es como se representa en los medios visuales y artísticos; como un sustituto. En el siglo XX predomina la representación de los dildos con forma de falo masculino, y no tanto ejemplos de los Hitachi, que son los favoritos de los terapistas sexuales y que se recomiendan tanto para hombres como para mujeres ya que no hace falta mucha habilidad para lograr el efecto deseado. Las bromas acerca de esta clase de vibradores, la impotencia de los varones —que por fuerza deben conseguir lo que es estadísticamente poco probable mediante la penetración— son una constante.

No podemos olvidar la preocupación acerca del exclusivo deleite masculino desde el punto de vista de los médicos, que debe ser prioritario frente al complejo y absurdo cuerpo femenino como se ve en el escrito de 1965 de Alexander Lowen, que desaconsejaba el masaje del clítoris porque…

«La mayoría de los hombres sienten que llevar a las mujeres al clímax mediante la estimulación del clítoris es una carga (…) supone una restricción sobre su natural deseo de cercanía e intimidad (…) y así el coito pierde su mutua calidad. (…) puede ayudar a la mujer a alcanzar el clímax, pero distrae al hombre de la percepción de sus sensaciones en los genitales e interfiere en gran medida con los movimientos pélvicos de las que depende su propia satisfacción».

Technology of Orgasm, pp. 112-113



No es una concepción que haya cambiado desde los años sesenta; muchas mujeres todavía ni siquiera saben masturbarse y el tocamiento se considera aún foreplay y no «verdadero» sexo. ¡Hay que adaptarse a lo que el cuerpo no suele tener y rezar porque tengas orgasmos vaginales! Si no, eres una aguafiestas y te interpones en el placer del varón, que siempre debe gozar de preferencia.


No quiero marcharme sin dejaros por aquí una reflexión interesante de doña Maines acerca de la prostitución y cómo se considera que las mujeres (y los hombres) se degradan por vender placer.

Entonces, en el caso de los doctores, ¿por qué no ocurrió lo mismo?
Simple: el sistema protegía y apoyaba a unas figuras masculinas con autoridad, que camuflaban su producción de orgasmos bajo la excusa o mentira (o incluso franca y sincera creencia) de enfermedades femeninas y masculinas. Y aunque en general los doctores terminaron por ceder alegremente el paso a los vibradores, durante mucho tiempo recibían pagos por masajear los genitales de sus pacientes, una segura fuente de dinero ya que la histeria no era mortal y requería un tratamiento habitual.


Fingiendo y mintiendo en el sexo


Todo esto nos lleva a la literatura y a ideas como el «orgasmo emocional». Es decir, que no es la penetración lo que produce el orgasmo, sino un conjunto de sensaciones variadas y románticas, que resultan mucho más satisfactorias que un falo masculino.

O, al menos, vuelven memorable el sexo. 
Lo cual es triste. No porque el romance, el amor o las fantasías no puedan jugar una parte importante en el sexo —lo hacen y deben seguir haciéndolo—, sino porque a menudo se emplean para cubrir temas tabúes que los hombres pueden tocar y las mujeres no. Una mujer no debe hablar de sexo explícito. Una mujer no debe disfrutar. Una mujer no puede ser activa. Ella se queda satisfecha con la atención emocional.

El hombre no necesita esforzarse. Sus sentimientos son más que suficientes.



El sexo puede ser algo más que mero fanservice, pero en las historias se suele limitar a escenas gratuitas que no cambian a los personajes. Una noción extraña, dado que el sexo no deja de ser una conversación, igual que una discusión sobre quién limpia o no los platos puede llevar a una armonía más agradable en la casa o a una situación de desigualdad.

Por desgracia, el sexo se suele emplear como culminación de una relación romántica (o inicio, quién sabe), o como excusa para establecer el tono de una obra. ¿Hay muchas tetas, muchas violaciones? Oh, yes, esto debe ser una historia seria, madura. De hombres. ¿Hay mucha censura, muchas emociones, muchas metáforas? Bueno, sabemos que así escriben las mujeres.

Al fin y al cabo, lo que hacemos es un reflejo de nuestra educación y de parte de nuestros deseos, conscientes o inconscientes.

Por eso me pone tan nerviosa cuando tantísimos escritores adultos se obsesionan con describir pechos juveniles. Puaj.

El caso es que hay ocasiones en las que, tonalmente, el autor escribe ciertas escenas de forma intencional. Ahora, ¿hasta qué punto estamos perpetuando estereotipos? ¿No se podría explorar mejor la mentalidad de un personaje, contrastando cómo intenta teñir el sexo de bestialidad o de cortinitas de estrellas, y volver porno gratuito —si tu obra no es erótica, comprendedme— en algo que tenga un significado?

E, incluso si no vamos tan lejos, resulta extremadamente problemático que casi todas las escenas de sexo se narren desde el punto de vista del hombre. Ya no solo por la Mirada Masculina, sino porque insisten en plasmar la idea de que las mujeres alcanzan el orgasmo con la penetración. 


Por supuesto, tampoco hay que ignorar que a veces se espera del varón (o de la persona que intenta asumir un rol convencional masculino) que sepa de inmediato todo respecto al sexo y, aún más, que sea responsables del placer femenino porque este no tiene agencia. De este modo se establecen unos estándares imposibles.

Cabe señalar que las mujeres también perpetúan ignorancia y desconocimiento —podemos hablar de lo problemático que resulta fingir orgasmos a la larga, entre otras cosas—, pero al final su placer se convierte en un arma para el ego y la vanidad masculinas, y tampoco es que la sociedad mire con benevolencia a quien intenta salirse de sus esquemas. Dejemos hablar a Carol Tavris y Susan Sadd, que escribieron en 1977:

«He llevado a cabo mi pequeña investigación y no tengo ni una sola amiga o conocida que alguna vez haya experimentado un orgasmo “real” mediante la penetración, solo a través de la estimulación del clítoris. Sin embargo, intenta convencer a un hombre de que no tienes orgasmos como él quiere. No te creerá. ¡Pero desafiarle puede ser muy interesante! Nunca he experimentado un orgasmo durante la penetración. Para pasar por uno, tiene que haber cunnilingus o estimulación manual del clítoris. Conozco a mujeres que fingen orgasmos porque les da demasiada vergüenza decirle a sus maridos que no importa cuánto mantengan su erección, simplemente no son capaces de hacerlas alcanzar el orgasmo

The Technology of Orgasm, p. 118

La realidad causa estrés, pero muchas lo enfocan con pragmatismo para ahorrarse «dos horas por la mañana calmando a su marido», porque tienen prisa y no quieren que la pareja se sienta incómoda... ¿Veis el patrón? El ego masculino. Lo que suele conocerse, en términos de internet, por masculinidad frágil. 

 Y no es sano para nadie, ni para la mujer ni para el hombre (en una pareja heterosexual).

Sin embargo, se trata de una realidad que apenas veo tratada en ningún sitio a menos que sea para ridiculizar al personaje de turno (nunca nuestro varonil o encantador protagonista).

He encontrado pocos libros que representen la angustia de tener que lidiar con un hombre que causar placer en su pareja y que esta tenga que fingir para mantenerlo tranquilo: en particular se me viene a la cabeza Komarr, de la Saga Vorkosigan de Lois McMaster Bujold. Y era una situación terrible, con ella refugiándose en fantasías y recordándose en qué momento debe gemir, que hablaba bastante de la escasa conexión de la pareja en concreto.

Hay que darle más amor a los personajes femeninos y más trabajo a los masculinos. Simplemente, no es justo crear una fantasía que solo van a poder reproducir en la realidad un mínimo de mujeres que tienen la suerte de poder disfrutar de orgasmos vaginales y que perpetúan mitos que luego dan en la cara. 

Si una mujer va a tener escasa, por no decir nula, agencia en las escenas de sexo, al menos habría que reconocérselo y explorarlo. Es realmente escalofriante la cantidad de sexo que hay en los libros donde se emplea a la mujer como una simple muñeca para satisfacción del lector.

Porque no deja de representar lo que siempre se ha pensado de ellas.

Aunque tampoco es algo que no sepamos ya, ¿verdad?


P.D.: sé que apenas actualizamos, pero es que me he quedado solita. Lyra ha abandonado de momento la página porque la vida se interpone y Green me repasa los textos, pero también tiene muchas cosas que hacer... Así que gracias a los que seguís leyendo y pasándoos por aquí. Seguiré intentando publicar esporádicamente, pero estoy más centrada en oposiciones y otras clases de escrituras~

Atte. Rika~

3 comentarios:

  1. Curiosamente, en Las mil y una noches la mujer es considerada una criatura con tanto deseo sexual como el hombre (o incluso más). En uno de los cuentos hay dos mujeres hablando de sexo y una de ellas le dice a la otra que prefiere a los amantes experimentados, no a los jóvenes que "acaban antes de que ella empiece" :-)

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    1. ¡Hola, Gissel!
      Hmmm... Es el argumento que he escuchado siempre, la verdad, justificando en gran medida la diferencia de edad entre hombres adultos y controladores y mujeres jóvenes y más pasivas. Es un punto interesante porque da voz a mujeres, pero Las mil y una noches sigue siendo una pieza patriarcal donde una mujer dominante o que aspire a un chico joven y pueda disfrutar enseñándole no existe. También es una forma de avergonzar a los chavales que dan sus primeros pasos y afirma esa idea de que solo se puede tener sexo con la penetración.
      Pero igualmente al menos se reconoce la sexualidad de ellas. Gracias por comentar~

      Atte. Rika~

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    2. Ya, era mucho pedir que los hombres no estuvieran al mando, pero mi punto era solamente que ahí se reconoce la sexualidad de las mujeres, a diferencia de tantísima literatura antigua donde nada de nada. También hay una historia trágica donde una chica está enamorada de un chico, pero el chico está enamorado de otra chica... y esa chica está enamorada a su vez de la primera chica (y el texto no condena este enamoramiento lésbico). Ahora me pregunto qué pasó entre eso y la anulación de la sexualidad femenina que impone ahora la religión musulmana en tantísimos países.
      Y para la literatura actual, ya me está cansando el cliché de la prota virginal con cero experiencia sexual. En pleno siglo XXI. Me encantaría que alguna escritora revirtiera esa dinámica, para variar. En fin, saludos :-)

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