
It’s over, isn’t it?, canta Lyra mientras llora porque se acerca una terrible época...
Como os imagináis, hace tanto calor en la mazmorra por el fuego de cierta dragona que hay que distraerse de alguna manera mientras te deshidratas. ¡Os traigo un nuevo artículo! Puede que se publique cuando ya esté achicharrada.
Voy a romper una de las sagradas reglas de blogueros literarios y a escribir sobre un tema tabú: los finales de las historias.
Digo esto, no con intención de hacerme la chula, sino porque los análisis literarios se suelen centrar en aspectos como el desarrollo, los personajes, las escenas, etc. Los consejos sobre escritura rara vez tratan el tema de cómo ha de acabar una novela. En las reseñas sí se menciona en ocasiones, pero a modo de opinar qué le ha parecido al lector y poco sobre cómo influye en el resto de la obra. Porque, al fin y al cabo, ¡son spoilers!
Pero a veces sí ocurre que se resalta como uno de los puntos más importantes, ya sea de forma positiva o negativa. Porque causa impacto y representa un punto tan importante como maravilloso. Y que no deje indiferente a nadie es un aspecto que ha de tratarse con cuidado.
Toda historia tiene su final, valga la redundancia. En ocasiones parece que cuesta un poco y se extiende de alguna manera u otra. Por mencionar algunos de los casos más famosos, tenemos a Rowling que sigue expandiendo la historia de Harry Potter (el innombrable The Cursed Child), pese a que como escritora está probando otros géneros; o a Meyer, cuyo libro de Crepúsculo iba a ser una bilogía pero viendo el éxito le añadió dos innecesarios tomos más.
Pondré varios ejemplos de finales a lo largo del artículo. Para evitaros spoilers, resaltaré en negrita las obras a las que hago mención en cada párrafo para que lo leáis o no bajo vuestra responsabilidad. ¡Avisados quedáis!
¡Vamos al lío!